Según nos íbamos acercando, bajo un cielo lluvioso de esos que colapsan Madrid tras las primeras gotas, se me ocurrió buscar en Google la fachada del local para poder orientar mejor al taxista. Tras mi inicial sorpresa, le dije:
—En Google sale que es un sexshop, pero debe estar mal o haber cambiado. Voy a un evento y solo tengo una dirección —maticé por si el taxista pensaba que había quedado en un peepshow para una cita de Tinder o que alguien me había gastado una broma.
—Sí, parece que es aquí. —tuve que reconocer al parar delante de Mundo Fantástico Love Shop, un sexshop enorme ubicado exactamente en Atocha 80, mientras ponía cara de poker y me reía para mis adentros.
Tras identificarnos en la puerta, subimos por esas escaleras oscuras, empinadas y estrechas que identifican siempre en las películas la entrada a lugares sórdidos. En lo más alto, un portero macarra de local swinger de los 80, una policía londinense stripper y un tío con una máscara de cerdo nos dejaron pasar tras el bullying de rigor.
La decoración y los personajes que habitaban el lugar estaban a medio camino entre una película de David Lynch y un teatro cabaret, con referencias al Londres más underground, a la estética habitual transgresora de DiverXO y al surrealismo por yuxtaposición de los anuncios de Beefeater.
La velada estuvo salpicada con diferentes actividades que nos tuvieron de un lado para otro. Primero, una maestra de ceremonias deslenguada nos hizo pasar de diez en diez a unas cabinas para ver un vídeo con gafas de realidad virtual. Después, empezamos a probar los platos y cócteles de DiverXO que estaban dispuestos en diferentes zonas de la sala y preparados en directo como es habitual en el restaurante de David Muñoz.
Junto a la barra americana se preparaba un pad thai de gambetas rojas con bergamota servido en medio coco que sabía a poco de bueno que estaba y que se podía ahumar en la barra haciendo una segunda cola. Más allá, otros integrantes del equipo de DiverXO preparaban tiras de kobe tostado y cecina ahumada de buey con cintas de arroz quemadas con sopletes al ajo negro. Junto a las cabinas preparaban un pincho con corteza de cerdo, nube de cerezas, algodón de ginebra y ralladura de haba tonka y naranja, entre otros ingredientes difíciles de escuchar con el ruido de la fiesta. Todo muy bueno y muy sorprendente al paladar.
Además del habitual “gin-tonic pereza”, como ellos mismos lo llamaron en la carta, Carlos Moreno sorprendía en contenido y continente con un cóctel preparado en una copa gigantesca que se removía con una especie de baqueta. Ginebra Beefeater, bitter de tres cítricos, sirope de jengibre, vinagre de coco y pomelo, lima, lemongrass, ginger beer y el toque final que hizo tuitear a todos los presentes: camarones de Cádiz fritos. Es un misterio por qué la gente se empeñaba en decir que era un gin-tonic con camarones cuando ni siquiera tenía tónica, pero ya se sabe que es ver una copa balón y ginebra y pronunciar las palabras mágicas. Un cóctel que me gustó mucho, pero es que el ginger beer me encanta a pesar de estar últimamente omnipresente en todos los eventos.
David Muñoz se paró a hacer unas fotos junto al luminoso que anunciaba su colaboración con Beefeater y corrió a los brazos de su recién estrenada esposa después de que los medios le acribillaran en la rueda de prensa con preguntas del corazón. En realidad estaba allí para lanzar oficialmente su colaboración con esta marca de London Dry Gin, junto a la que desarrollará durante los próximos dos años una innovadora propuesta sobre la forma de beber (¿Beber? ¿Comer? ¿Servir? ¿Experimentar?) la ginebra. Iremos viendo los progresos en su restaurante y en los medios durante los próximos meses y dejándonos sorprender. Show must go on.