Al ver el polémico anuncio de Bezoya con el doctor Emoto y su teoría de la cristalización del agua, me acordé de un texto que escribí hace unos años para un proyecto artístico que emprendí con unos amigos pero que por múltiples razones quedó en eso, en un proyecto.
El texto, que relaciona arte y música, aparece en el catálogo impreso que creamos para una serie de cuadros sobre ídolos de la música llamada “I wanna be” de Arturo Paracuellos, ahora CEO de Unboring.
De la serie de 15 obras, tengo la suerte de tener dos piezas en casa: una inspirada en Fangoria, que muestra a Alaska cual mujer de 50 pies en la Puerta del Sol con Nacho Canut en la mano y otra sobre Bunbury, tratado con la iconografía habitual de Jim Morrison.
La serie completa
puede verse online y muestra la cara más icónica de ídolos como Eddie
Vedder, Jimi Hendrix, Bruce Springteen, Kurt Cobain o Anthony Kiedis. Son obras de gran formato y la tirada es limitada (50 copias numeradas por obra).
Como escribí en otro de los textos del catálogo: «El icono tiene probablemente poco que ver con la persona real que se oculta tras él, pero ¿a quién le importa? Sólo queremos que algo de la actitud canalla de Sabina, la vibrante energía de Iggy Pop, el fatalismo de Jim Morrison o el magnetismo de Lenny Kravitz se nos peguen. Aunque sea sólo un poquito.»
El color y la música
Las palabras ocultan significados, semánticas, y conectan con nuestras vivencias, aprendizajes, tabús, sueños, reflexiones. Sin embargo, las artes plásticas y la música son las dos disciplinas artísticas que apelan a nuestro yo más irracional.
Los colores son la decodificación que nuestro cerebro hace de cada longitud de onda y sus cualidades son capaces de afectar a todas las emociones humanas. El color cura, arrastra, agita; luchando por liberarse de razonamientos y etiquetas. Determinadas composiciones nos sanan o nos horrorizan, nos causan repulsión o fascinación.
La música trasciende su estructura matemática para excitar partes del cerebro que albergan sentimientos, recuerdos y reacciones atávicas. Las investigaciones del Dr. Emoto demostraron que el agua expuesta a diferentes tipos de música cristalizaba al congelarse de formas diferentes: “Heartbreak Hotel” de Elvis Prestley partía los cristales en dos; Mozart creaba estructuras simétricas, mientras que la música heavy componía formas caóticas. ¿Qué debe pasar en nuestro cuerpo, que es un 65% de agua, ante esos estímulos?
El arte inspirado por la música es doblemente comunicativo, los colores y formas mostrados son los que nacieron agitados por las notas que el cerebro decodificaba. Son dos formas, un sentido. Dos canales para un mismo grito.